Tres Manifiestos por la Paz
En medio
de una reyerta virtual, en la que se riñe a causa de agresivas interpretaciones
personales acerca de la coyuntura política nacional, Diego contempla en la
pantalla de su computador un corto texto en el que ha articulado un certero
argumento en contra de una opinión distinta de la suya. Lo relee para
asegurarse de haber expresado claramente su posición, y, al percatarse de que
así es, se enorgullece de sí mismo.
Estima su
corto escrito y lo considera apropiado para demeritar cualquier comentario
virtual que pretenda aventajarlo en el entendimiento social de su país. En
éste, opina que la imbecilidad de los guerreristas y la estupidez mínima que se
requiere para no apoyar un proceso de paz, son las principales causas de que el
país permanezca estancado en la ignorancia. Conmovido por su proyección de
ideas, se levanta del escritorio y camina hacia la ventana, la abre de par en
par y respira profundo y satisfecho el suave rocío de la noche.
Tras el
rocío, entra en la habitación de Diego el alboroto de la manifestación que se
despliega por calles y aceras exigiendo un país en paz. Con el torso desnudo y
en pantalón de piyamas, Diego se percata de los manifestantes sin reparar en
ellos a fondos. Su mente permanece absorta en la reflexión que le ha suscitado
su argumento. De golpe penetra en su cabeza una genialidad gramatical que le
proporciona elementos para transformar su texto en uno más corto, hiriente y
efectivo. Se apresura a reemplazar el anterior argumento por ese nuevo retenido
en su cabeza.
En la
calle, Helena participa de la marcha y se percata de ese corpulento hombre que
asoma fugazmente su figura por la ventana más alta del edificio para observar
con la quietud de un búho la marcha que cubre las calles. Para después,
inopinadamente, girar sobre sí y retornar al interior del apartamento. Sólo le
bastó ese instante a Helena para medir a Diego. Hombre de violencia innata, por
ende, nefasto. Ese tipo de personas son las que propugnan el odio entre
nosotros. Son sobre las que no vale la pena considerar demasiado. Pronto lo
olvida y reanuda su marcha.
La
manifestación se encamina a la Alcaldía con el propósito de sonsacarle al Gobierno
un pronunciamiento oficial de serio compromiso con el fin de la guerra. Marchan
en comunión. Helena pertenece a cada uno de los que marchan a su lado, del
mismo modo que cada uno de ellos le pertenece.
No hay
unos u otros en las calles. Los otros están reunidos en los edificios
gubernamentales preparando un comunicado oficial para la prensa. Esos son los
otros: los eternos elegidos que temen ser los otros porque no están
acostumbrados a ello. Usualmente, los unos y los otros somos los divididos por
esos eternos elegidos. Pero ahora que ellos son otros y que los unos marchan,
piensa Helena y anhela, se podrá ir más allá de la típica ilusión de la
transitoriedad organizativa de los colombianos.
Su
reflexión la interrumpe un helicóptero que surca los cielos de la
manifestación. El sonido de las aspas opaca por momentos el clamor de las
demandas. Porque el helicóptero se distancia pero no los abandona, sobrevuela
la manifestación hasta que ésta se planta en su totalidad frente a la Alcaldía.
“La
manifestación está grande”, dice Marcela que ve por la televisión la trasmisión
de la marcha desde las alturas. “Va grande la manifestación”, repite alzando la
voz en dirección a la habitación en la que su hermana, Carmen, yace sin poder
dormir. Carmen le responde diciéndole que la escuchó la primera vez. Prosigue
un silencio sostenido que inunda la casa. Entonces, Carmen se calma, agarra su
almohada y la oprime contra su rostro para ahogar los gemidos y llorar en
silencio. Llora para no recordar. Porque sí le da tiempo a la calma sabe que
los recuerdos penetraran sus pensamientos pero ella no quiere volver a
recordar. La marcha le recuerda, inevitablemente, la violencia de la que fue
víctima. Quisiera estar marchando pero no puede porque la manifestación
transcurre en la lejana ciudad demás, no puede caminar.
Llora para
mantener ocupados sus sentimientos. Llora hasta quedarse dormida para no
recordar, por lo menos por esta noche, que no puede marchar por sus muertos.
Muertos que en ese mismo momento son revividos por Diego. Éste revisa la nota
periodística dedicada a la violenta muerte del esposo e hijos de Carmen, para
utilizarla en el argumento con el que desea que los hijos de quienes apoyaron
la guerra sufran tanto como Carmen.
Diego
revisó su estrategia virtual, vio lo que había hecho y le agradó. Se levantó
del escritorio y cerró la ventana porque sintió frío. Carmen dormía con la
locución televisiva de la marcha arrullándola y la almohada empapada. Helena gritaba
consignas, esperanzada de que tal vez en esta oportunidad no sería como las
demás, que de hecho se lograría el fin de la guerra, que los otros cederían por
la presión de los unos.
Que por favor, esta vez no fuera como las demás…